domingo, 18 de abril de 2010

Intimidades


Este Cobos qué carajos se cree? Yo por ese bombón me dejo intimar, me dejo intimidar y me dejo inocular. Me dejo, bah. Estos de Clarín publican impunemente cualquier cosa, che. Que les importa lo que le dejemos hacer a la presidenta o no. Putos. Se van a quedar con las ganas.

viernes, 2 de abril de 2010

Primera vez


Después de aquel encuentro con Pucheta, en que me confió algunas intimidades, pasaron varios meses sin saber nada de él. Es increíble cómo uno se desconecta de sus amigos más cercanos, aquellos que nos conocen desde siempre, esos tipos a quienes uno no les puede mentir ni fingir, sencillamente porque saben quiénes somos, de dónde venimos; saben de nuestros sueños, de nuestras frustraciones, conocen hasta nuestras mentiras; saben si, efectivamente, tuvimos sexo con aquella primera novia o si, simplemente, le habíamos robado algunos besos.
A Pucheta me lo encontré en la parada del 148, en Constitución, estaba apoyado contra la parada del bondi, relojeando un orto enfundado en un ajustado pantalón blanco.
-Vos nunca perdés la oportunidad, eh, te vas poniendo viejo y seguís igual.
-Peraaaaaaaltaaaaa, querido, cómo andas? Boludo, viste ese tirapedos? No se puede creer, las minas se van superando, vienen cada vez mejor.
-Y sí, Puche, pero si nos agarra esa pibita nos deja hablando pavadas.
-Je, eso lo dirás por vos, yo a ésta le hago trillizos, le hago.
-Dejate de joder... Che, ahora que te veo bien, estás cambiado, como más joven.
-Sí, salame, recién te das cuenta... me saqué la barba...
-Claaaaaro, pero qué pelotudo... te queda bien; pensar que tuviste la barba tantos años, cómo te decidiste?
-Y... nos la dejamos en la misma época, te acordás? salvo que yo aguanté más que vos, aparte a mí no se me cayó el pelo, entonces entre las canas y la barba blanca parecía Papá Noel, loco, me faltaba la bolsa con los regalos y el trineo, la concha de su madre.
-Los años pasan, Puche, ya te dije, yo me siento más viejo que Mirtha Legrand, la puta madre que la parió a esa vieja de mierda que no se muere nunca.
-Dejala, Peralta, que si ella vive nosotros seguimos teniendo esperanzas... Seguís fumando?

Pucheta me ofreció el atado, saqué uno, lo prendí y me quedé mirando el asfalto. Desde chicos teníamos esa costumbre de fumar en silencio, mirando para adentro, pensando cada uno en lo suyo. Se nos pegó esa forma de fumar de cuando lo hacíamos a escondidas y teníamos que estar muy atentos a que nadie viniera ni se acercara al lugar. Escuchar a alguien acercarse con anticipación nos daba tiempo para apagar el pucho o salir corriendo, según conviniera. Pero también aprovechábamos para pensar, en cualquier cosa, pero así ese acto tan agresivo de echarle humo a los pulmones tenía alguna cosa positiva: nos hacía usar el cerebro. Pero Pucheta rompió la tradición:

-Sabés de qué me acordé el día que me saqué la barba? De la primera vez que me afeité...
-Qué memoria que tenés!
-Sabés por qué me acuerdo? Porque ese día también fue la primera vez que me fui en seco, jajaja
-Jajaja, en serio? Contame, boludo, no sabía
-Viste que en mi casa usar el baño más de cinco minutos daba lugar a una pelea seria, éramos muchos y no daba para meterse más que a cagar o mear, si quería hacerme una paja tenía que buscar otro lugar o esperar a que no haya nadie y meterme en el baño. Mis tíos, por ejemplo, que tardaban un tiempo prudencial en afeitarse lo hacían afuera, se traían un botiquín de esos que se podían colgar, lo ponían en el patio y ahí se afeitaban. Yo siempre quise hacer eso, pero con los pendejos de burro que yo tenía en la cara no daba para decir que me estaba afeitando, entonces me agarraba 30 segundos en el baño con la navaja y me sacaba los dos o tres pelitos que me crecían. Cuando tuve una barba más o menos de hombre, me di el gran gusto. Al igual que mis tíos, agarré el botiquín, la brocha, me compré la maquinita y un par de yilés y me mandé para el patio. Colgué el espejito y me dispuse a pasar la brocha para el jabón para hacer espuma y pasarmela por la cara con mi barba crecida.
-Bueno, Puche, dale porque si viene el bondi me vas a tener que contar cómo hiciste para irte en seco mientras te afeitabas arriba del bondi y nos van a mirar todos como dos pajeros que somos.
-Bueno, te la hago corta. Mientras yo me afeitaba mi prima Susana estaba lavando ropa en el fuentón...
-Tu prima Susanaaaaaaaa, cómo anda?
-Qué sé yo, boludo, pesa como 150 kilos, dejá que te sigo contando porque si pienso en mi prima ahora me pongo a llorar... Te acordás de mi prima? Las tetas que tenía? Y las gambas?
-Mirá si no me voy a acordar, Pucheta, le dediqué más de una. Era mucho mayor que nosotros pero estaba rebuena.
-Ella tenía un vestido de esos con escote redondo, el fuentón arriba de un banquito y ella agachada refregando la ropa; yo por el espejo veía como las dos tetazas se le zarandeaban mientras ella lavaba. Te juro, no sé cómo no me corté la garganta, porque lo menos que hacía era mirarme en el espejo, sólo la veía a ella y a sus dos tetas. Cada tanto ella levantaba la cabeza y me miraba por el espejo, y sus hermosos ojos negros se cruzaban con los míos. Yo me sentía el Guacho Pistola, afeitándome delante de ella, que por supuesto no sospechaba que yo estaba al recontrapalo. Aun así, me jugué el todo por el todo, hice como que me había olvidado algo y me fui para, al volver, poder verla de atrás. Al estar agachada, se le veía algo más que las pantorrillas y los muslos, y si te agachabas un poquito prácticamente le relojeabas la bombacha. Que espectáculo, Peralta, qué espectáculo. Yo, con la cara enjabonada, con la imagen de sus tetas, más la que traía en la mente de sus piernas y su culo, y encima no sé qué agarró, si un jean sucio o qué, y le daba, y le daba, mientras las tetas se le movían para acá y para allá. La pija me reventaba, Peralta, en mi vida tuve tanta calentura. No quería acabar, pero no pude contenerme, y mientras me daba la última pasada de la maquinita me fui como el mejor, Peralta, menos mal que me pude tapar más o menos con la toalla, me lavé la cara en la pileta del lavadero (por qué ella no usaba la pileta y lavaba en el fuentón en el patio? lo haría para mostrarme las tetas?) y me mandé para el baño a pegarme una enjuagada. Y ésa fue mi primera vez, Peralta, en esas dos cosas.
-Qué historia, Pucheta, también con lo buena que estaba tu prima, no era para menos.
-Sabés que siempre tuve la duda, ahora que lo pienso, de si mi prima no me regalaba esas cosas, porque ella sabía cuánto me gustaba y me calentaba, y muchas veces se exhibía delante mío. Yo, agradecido. Dejamos de vernos muchos años y una vez, al reencontrarnos, ella dejó correr un par de lágrimas de sus hermosos ojos negros y grandes. Como recordando viejos tiempos. Siempre tuve esa duda, no sé. Yo, por las dudas, nunca me olvidé de ella.
Vino el bondi, nos subimos y nos dormimos hasta llegar al barrio.