martes, 23 de febrero de 2010

Adivina adivinador (segunda parte)

Bueno, esto va a ser breve. Primero, el Moncho era (o es, hace mucho que no lo veo) un romántico y un culposo. El no podría perdonarse tener un hijo con otra mina y no verlo, ni hacerse cargo de la crianza del pibe. Segundo, no olvidemos que el Moncho estaba por casarse, estaba enamorado de su novia y no iba a arruinar eso por una calentura que era casi una deuda de juego, algo que se estaba saldando a destiempo; pero no era algo verdadero en ese momento. Claro que me juego la vida que muy poco de esto pasó por la cabeza del Moncho en ese momento, en esos segundos en que tuvo que decidir dónde derramar su simiente. Es muy probable que el único pensamiento haya sido: "No, no puedo meterme en este kilombo", sin demasiadas especificaciones añadidas. Ya sabemos que kilombo implica muchas cosas, entre ellas lo relatado más arriba de los problemas que le traería al Moncho dejar su pija en un lugar mucho más agradable, húmedo y cálido que la sábana. Pero la vida es cruel, y para Alicia en este caso fue más cruel. El Moncho acabó afuera, ella se la bancó como una lady, le regaló a él su última mirada entre seductora y triste, lo besó y fue para el baño. Pocas palabras bastaron para lo que seguía. Era el final. Nada más los uniría, salvo el recuerdo y la curiosidad por lo que pudo haber sido. El Moncho se casó, se separó y años después tuvo hijos. Alicia envejece sola, dándoles amor a sus sobrinos.

1 comentario:

Havana dijo...

The big finale!

Clap clap!


(en serio)