martes, 26 de agosto de 2008

Otra historia de amor

Copiando al doc 9, voy a incursionar en esas historias que tan bien cuenta él en su blog. Y voy a volver, de paso, a las historias de amor. En este caso, una historia que inspiró varios de las letras de José María Contursi. La más famosa de ellas, Gricel.
José María Contursi era un letrista bohemio, de esos que pululaban en el Buenos Aires del 30 y 40. Pero se enfermó y el médico le aconsejó –como se hacía en aquellos años– que se pasara una temporada en Córdoba. Tenía unos familiares en esa provincia y hacia allí partió Contursi. En esos meses que pasó en esa provincia conoció a Susana Gricel Viganó, una joven que se obnubiló con aquel bohemio que la enamoró.
Contursi correspondió ese amor mientras estuvo en Córdoba, pero cuando volvió a Buenos Aires regresó con su mujer y su hija, creyendo que de esta forma olvidaría a Gricel, que quedó sufriendo, allá en Capilla del Monte.
Nada más lejano, pues Katunga (así le decían a Contursi) jamás pudo olvidar a aquella dulce muchacha, y decidió inmortalizarla con sus versos. Varios tangos de la obra de Contursi tienen que ver con Gricel, dicen los que saben.
Gricel fue conocida muchos años, en Capilla del Monte, donde murió en los años '90, como "la chica del tango".
Pero antes de eso, Contursi enviudó y se entregó al alcohol, creyendo que así olvidaría a su querida Gricel, a quien creyó perdida para siempre. Ella, por amigos mutuos, se enteró de la viudez de Katunga y se vino a Buenos Aires. Vivieron juntos y Gricel cuidó a Contursi hasta el dia que murió. Después se volvió a Capilla del Monte. Como homenaje a ese amor, les dejo la letra y un video con la canción. Youtube no tiene al Polaco cantando Gricel, así que les dejo otro lindo videíto.

No debí pensar jamás
en lograr tu corazón,
y sin embargo te busqué
hasta que te encontré
y con mis besos te aturdí
sin importarme que eras buena.
tu ilusión fue de cristal:
se rompió cuando partí,
pues nunca, nunca más volví...
¡Qué amarga fue tu pena!
-No te olvides de mí,
de tu Gricel,
me dijiste al besar
el Cristo aquel;
y hoy que vivo enloquecido
porque no te olvidé,
ni te acuerdas de mí,
Gricel... ¡Gricel...!

Me faltó después tu voz
y el calor de tu mirar,
y como un loco te busqué,
pero ya nunca te encontré
y en otros besos me aturdí.
Mi vida toda fue un engaño...
¿Qué será, Gricel, de mí...?
Se cumplió la ley de Dios,
porque sus culpas ya pagó
quien te hizo tanto daño.

jueves, 21 de agosto de 2008

Mediocres

No, bueno, nos tapó el agua. La semana pasada, caminando por mi actual barrio (que no tiene nada que ver con aquel de algunas historias de este blog), veo un cartel de publicidad con una obra, algo así como "El libro de la selva", cuyos protagonistas eran Darío Lopilato, Zaira Nara y Christian Sancho. Encima después busco en Internet y veo que es una obra para pibes!!! Pero dónde mierda vamos a ir a parar? Qué carajo tienen que hacer en una obra de teatro estos tres perejiles?? Quién carajo los conoce?? Ah, no, me dicen que son conocidos. Entonces busco: Darío Lopilato resulta ser el hermano de la tetona Luisana. Yo digo: los padres de estos dos tarados, no tienen nada mejor que hacer, la reconcha puta de su hermana? Que nos manden a la pibita, bueno, vaya y pase; es linda, tetona, le gustan los putos. Eso en una mina siempre es bueno porque baja el kilometraje de pija manducado, Imagínense, por ejemplo, Zaira Nara debe haber pasado ya los 55 kilómetros; ni hablar de la petera de la hermana, que pasó los 200 contando todos los agujeros. Pero volviendo a los padres Lopilato, además de la pibita, que salvo tirar la goma y decir que cree en Dios no sabe hacer nada de nada, nos mandan a este pejerto, a este pibe bueno para nada, a este salame, a que haga una obra para pibes. Pero por qué no van a laburar, manga de vagos, soretes? Por qué no dejan que los pibes estudien y hagan algo como la gente en lugar de cagarnos la vida a nosotros y a nuestros hijos, la concha puta de la yegua que los recontraparió? Tengo los huevos al plato de esta manga de inútiles, quién es el reverendo hijo de una yegua ensartada que cree que esta gente es buena para algo? Por qué no se matan, la reconcha de su madre? En fin, la verdad que tengo ganas de quemar todos los carteles, a los padres de Lopilato, y a Zaira Nara y Luisana largárselas a mi amigo Nacho para que las mate y después se haga una paja.

sábado, 16 de agosto de 2008

Amantes

Ernesto resopló y pareció expulsar sus 70 años así, de golpe. Eyacular le parecía todavía un milagro, como aquella mujer ahora a su lado, Ana, apenas un año menor que él. Apoyó la cabeza en la almohada y prendió un cigarrillo.
–Te acordás de la primera vez? –preguntó ella.
–Uh, fue hace tanto –dijo él.
–Yo no me olvidé –contraatacó Ana.
–Para vos es distinto –se defendió Ernesto.

Hacía exactamente 54 años habían hecho el amor por primera vez. Ana lo recordaba bien. Su miedo adolescente, las cadenas que la ataban a esa vida de católica creyente, toda la transgresión en esos minutos nerviosos de sexo con la persona que amaba o creía amar.
Ana recuerda cada segundo de ese acto, su pollera larga levantada, sus piernas alrededor de la cintura de él, el olor del zaguán, los ruidos de la calle, sus brazos en los hombros de aquel joven tan inexperto como ella, su espalda en la humedad de la pared... Cómo olvidar la primera vez... Han pasado muchos años desde entonces, muchos años y dos vidas.
Después de aquel acto amoroso, llegaron enojos, peleas adolescentes, y lo que fue hermoso dejó de serlo en muy poco tiempo.
Ambos siguieron su vida, se casaron, tuvieron muchos hijos y hasta que se reencontraron, 44 años después de aquel primer acto, no descubrieron cuánto se habían amado. Hace diez años que se encuentran, dos veces por semana, para revivir aquel hermoso momento. Hace 10 años que son amantes, en todo el hermoso sentido de la palabra.

lunes, 11 de agosto de 2008

Policial

María E. caminaba por el barrio como si no perteneciera a él. Las veredas como que le sobraban. Yo era un pendejo y ella, una mujer. Morocha, ojos grandes, pelo no muy largo, labios gruesos, bien maquillada, así la recuerdo. Pero además un cuerpo increíble, un culo que ni la mano de Edmundo Rivero lo abarcaría, posado sobre unas increíbles piernas. Fue hace demasiados años, mi recuerdo es borroso, aunque sí algunas cosas quedan, como que usaba unas minifaldas tipo piel de leopardo, botas blancas, en fin, algo de lo que se usaba en los 70. Los jóvenes del barrio se babeaban escandalosamente, y ella sólo sonreía, no le pasaba la hora a ningún poligrillo de ahí, estaba para las ligas mayores, María E. Mis amigos más grandes contaban las grandes pajas que se hacían pensando en ella. Esperaba ansioso mi preadolescencia para hacerle a la María E. unos merecidos homenajes. Pero un día María E. dejó el barrio, y de la peor manera. Se murió. O más bien la mataron. La historia parece que fue más o menos así: la tipa salía con un tipo casado, el tipo la mantenía como una reina, dicen; pero ella, además de usar al tipo este, la escolaseaba con algunos otros. Hasta que este muñeco, el casado, se enteró que la María E. lo hacía cornudo. La verdad, un sorete el tipo; pero bueno, ésa es otra discusión. La cuestión es que un día fueron al telo, garcharon y este hombre, jodido al fin, después del polvo le mandó algo así como 27 puñaladas. No contento con eso, en las paredes escribió, con la sangre de María E. "el que las hace, las paga". Guacho puto. No sé qué hubiera sido de la vida de María E. ni cuántos años de cana se morfó este loco, enfermo de amor por la belleza de esa morocha, pero la cuestión es que nunca le pude hacer a la María el merecido homenaje que tanto estuve esperando. Siempre me pareció que sería una paja necrofílica, y no me animé.

martes, 5 de agosto de 2008

Petardo

Visto que mi post sobre cine tuvo tan poca repercusión voy a volver a mis ordinarieces a ver si levanto la puntería. No hay nada que hacer, lo menos que se merecen los visitantes de este blog es una carajeada, pero para qué gastar pólvora en chimangos, mejor posteo lo que se me cante el orto y listo. Hoy tengo ganas de contar la historia de mi amigo Pucheta. El nombrado era amigo de mi juventud, un tipo bueno, no muy pintón pero un trabajador incansable con las mujeres. El tipo, más que nadie que haya conocido, era cultor del "paciencia y saliva". Más tarde o más temprano, la que él quería quedaba colgada de la ganchera. En esos tiempos en que nos frecuentábamos seguido, Pucheta andaba preocupado.
–Qué te pasa, Puche?
–Y... ando más o menos con mi novia...
–Qué pasa? No garcha?
(Recordemos aquí que pocas cosas han cambiado. Antes, igual que ahora, lo único que importaba es si la mina cogía, lo demás se arreglaba.)
–No, no es ése el problema, estamos bien en la cama; pero es como que falta algo...
Noté que Pucheta tenía vergüenza de confesar lo que pasaba, pero éramos amigos, así que luego de pegar unas pitadas más al faso volví a la carga.
–Dale, loco, largá el rollo; para qué están los amigos; qué pasa? te enroscaste con otra mina más pendeja?
–No, con ésta estoy bien, si yo la elegí porque es más grande que yo y creía que era una fiera en la cama. Y la verdad que no me equivoqué, pero hay algo...
Silencio.
–Dale, boludo, dejate de joder. Hablás o no, pero dejá de dar vueltas.
–Bueno, el tema es que la mina no me tira la goma, entendés?
–Y bueno, loco, por ahí no le gusta.
–No sé, no sé.
–Pero vos bajás al pesebre, master? Porque si vos no cumplís los deberes no vas a pretender que la mina labure sola.
–Sí, loco, yo trabajo; vos me conocés. Y la mina todo bien, entrega todo, pero jamás agacha la cabecita.
–Qué cagada. Lo hablaste con ella?
–No. me da vergüenza.
–Pero vos te lavás, Pucheta? Porque por ahí apestás, viste, y la mina se lavó los dientes y no quiere que le salgan caries.
–Dejate de joder, la concha de tu hermana. Vamos al telo y nos bañamos, y yo me lavo, loco, en serio.
–Bueno, está bien, estaba tratando de encontrar el motivo.
Pasaron algunos meses, siempre veía a Pucheta con esta mina, bien, felices. Poco tiempo después Pucheta se enamoró de otra mina, y de a poquito la fue dejando a la anti PT. Un día la invitó a cenar, y le dijo que la quería dejar. La mina lo veía venir, él era más joven que ella, no pretendia llegar a nada sino pasarla bien con el pibe a quien le llevaba diez años. Así que se fueron separando. Ella, a pesar de mostrarse resignada, empezó a enviarle a Pucheta cartas de amor pidiendo que no la deje, que ella no lo demostraba pero que quería tener algo serio con él. Pucheta, buen tipo al fin, no se animaba a cortarle el rostro, así que cada tanto la veía, tomaban un café. Hasta que él, hombre al fin, un día pasado de copas cedió a un "encuentro de despedida" y terminó con ella en la cama. Grande fue su sorpresa cuando la susodicha, sin decir agua va, le bajó los lompas, clavó rodilla en tierra y le pegó una tirada de goma que a Pucheta se le salían los ojos de la cara. Luego, hicieron el amor como siempre. Bien. Se ducharon, se vistieron y se fueron. Un caballero que se precie, como mi amigo, era incapaz de sacar ese tema para conversar, así que se despidieron para siempre y nunca se enteró por qué durante tantos meses ella le estuvo retaceando el petardo que tan bien hacía. Misterios de la vida.